En mi barrio la gente es de ideas fijas, les gusta hacer siempre las mismas cosas, en el mismo sitio y en el mismo orden. Por eso, cualquier alteración en su ritmo de vida tiene consecuencias funestas. Hasta para ir a comprar al supermercado lo tiene todo bien calculado. Pero un buen día cierran tu supermercado de confianza y la gente su vuelve loca.
Esto es lo que ha sucedido en mi barrio. Aunque hay varios supermercados, el más concurrido ha cerrado por obras varios meses y sus clientes han tenido que dejarse ver por otros supermercados. Pero acostumbrados como están al otro sitio los he visto padecer penurias entre los pasillos de un súper diferente, como si fueran exiliados que luchan por seguir haciendo su vida en un ambiente que no es el suyo.
¿Dónde están las mantequillas? ¿Dónde está la leche “fulanito” o las galletas “menganito”? Algunos pobres diablos me enternecen el corazón y me acerco para atenderles. Les explico lo más didácticamente que puedo que esos productos que buscan son una marca blanca del otro supermercado y que aquí no las encontrarán, pero la mayoría sigue con su llanto: “¡quiero mi leche de soja ecológica!”.
Por alguna razón, cuando llegué a vivir aquí me aficioné a un supermercado que no estaba muy de moda y me hice fiel. Para no ser completamente cínico he de decir que si me lo cerrarán tal vez yo también iría como un pato mareado por otro súper buscando mis mantequillas, pero supongo que a todo se acostumbra uno.
De cualquier manera, me lo paso pipa cuando voy a mi súper y hago una apuesta conmigo mismo para ver si diferencio los clientes habituales de los que vienen de la competencia. En cuanto uno llega al parking y no se aclara ni siquiera con el carro, no cabe duda, viene del otro lado de la frontera.
Pero mi gozo se acaba pronto: en breve reabrirá sus puertas el supermercado de confianza y todos emigrarán rápidamente para comprar sus cartones de leche de soja ecológica. Y yo me quedaré tranquilo otra vez, pero más aburrido en mi súper alternativo.