Debido a circunstancias laborales y familiares he tenido que mudarme en numerosas ocasiones: ya he perdido la cuenta del número de casas en las que he vivido, pero superan la decena. En todo este tiempo he aprendido algunas cosas sobre decoración. De la primera casa a la que llegué en la que solo coloqué un cactus (y gracias) a la actual, muchas cosas han cambiado en mi estilo. Y aunque trato de no apegarme demasiado a una casa porque siempre tengo que cambiar por h o por b, he aprendido también que por muy poco tiempo que vivas en un sitio debes intentar hacerlo tuyo para sentirte cómodo.
Recuerdo cuando viví en un pequeño estudio en la zona centro. Es uno de los pisos en los que aprendí a gestionar la luz natural. Cuando llegué, en la zona del dormitorio el anterior inquilino había colocado unos estores juveniles. Lo primero que pensé fue: “esto tengo que quitarlo ya, además bloquea la entrada de luz”. Ni corto ni perezoso me deshice de ellos y no puse nada en su lugar. Cuando llegó el verano me di cuenta que el anterior inquilino los había colocado allí por algo. Una cosa es cortar la entrada de luz natural y otra achicharrarse. Tuve que encargar otros estores por internet para que la casa no sufriese un sobrecalentamiento mortal…
Tras el episodio de los estores juveniles llegué a la conclusión de que antes de tocar las cosas que están en una casa a tu llegada es mejor esperar unas semanas. Correr para imponer tu propio estilo no es una decisión prudente. Mejor esperar.
Pero una vez que pasa ese tiempo prudencial es el momento de adaptar cada espacio a la personalidad de cada uno, como me ha sucedido en el salón de mi última casa. El resto de salones del edificio tienen un tipo de orientación que a mí no me gustaba desde el principio: no soporto tener una ventana detrás del sofá. Así que lo cambié todo de sitio y ha sido un éxito. No me refleja la luz en la televisión y puedo usar la ventana sin que el sofá sea un impedimento.