Las anillas a la romana congeladas o al natural son un bocado apetitoso durante todo el año, típico de la gastronomía mediterránea, donde recibe diversos nombres y tratamientos culinarios: calamares fritos, rabas de pota, etcétera. Su fácil preparación y exquisito sabor lo han hecho merecedor de un lugar destacado en los menús de cualquier restaurante de la costa o el litoral.
Un dato curioso acerca de las anillas o calamares a la romana es su origen, que en modo alguno guarda relación con Roma ni sus habitantes. Fueron los jesuitas lusos quienes difundieron esta receta en sus muchos viajes y peregrinaciones. Hacia el siglo XVI, durante su estancia en Japón, obsequiaron a los locales con este preparado, que solían consumir tempora ad quadragesimae, es decir, durante la cuaresma. De ahí que los japoneses denominen tempura a la fritura de alimentos, no sólo calamares.
Aunque las anillas a la romana son muy consumidas en España, la fritura de calamares no reconoce en la Península su exclusividad. De hecho, al menos dos países realizan una elaboración similar: Turquía, donde se conocen como kalamar tava, y Filipinas, cuyos habitantes los denominan pritong pusit o kalamares y constituye una popular comida callejera.
Otra de las cualidades de este plato tan marinero es su alto contenido en minerales, como el zinc, fósforo, el manganeso, el potasio o el magnesio, así como en vitaminas A, B3 y B12. Incluso la tinta del calamar es rica en antioxidantes y hierro, capaces de contribuir al restablecimiento de personas afectadas por anemia.
A propósito de la tinta, el nombre del calamar proviene de la voz latina calamus, traducible por «pluma de escribir». Dado que los antiguos romanos denominaban calamarius al tintero, es lógico pensar que más que su deliciosa carne, aquellos valoraban más la bolsa de tinta de este animal pelágico.