Siempre he admirado a todos esos padres y madres que llevan a sus hijos a todas partes sin importar el lugar ni los medios. Después de tres años yo todavía no me arreglo con el peque en determinadas circunstancias. Por poner un ejemplo, me resulta del todo imposible ir a mirar ropa con el niño, pero en algunas tiendas veo a esas madres coraje que van hasta con dos niños… Y porque solo tienen dos.
De cualquier manera, como de vez en cuando hay que salir de casa, hace unos días llevamos al niño a la tienda de muebles. Buscábamos unas sillas para el salón, nada complicado porque sabemos que si nos complicamos demasiado no vamos a poder cumplir con la tarea. Nuestro hijo se lo pasó pipa, claro, yendo de aquí para allá y yo corriendo detrás de él mientras mi mujer miraba las sillas.
Cuando llegamos a la zona de los dormitorios infantiles los ojos se le abrieron como platos. No sabía dónde mirar y qué tocar primero. Le llamaron mucho la atención los estores infantiles, uno de ellos con un gran dibujo de Bob Esponja y Patricio, dos de sus héroes de la televisión. Se quedó un rato mirándolo lo que yo aproveché para recuperar un poco de oxígeno en su persecución, para acto seguido atacar las camas: se subió como un mono por una de las literas y tuve que casi trepar detrás de él para rescatarlo.
Así que como medida de contención decidí llevarle de nuevo a ver los estores infantiles. Tenían muchos más en otra zona, sobre todo muestras en las que podías decidir el dibujo, el tamaño y el tipo de material: una especie de servicio de estores a la carta que me gustó, no solo para él, sino por las posibilidades que tenía para otras partes del hogar.
Así que mi hijo y yo tomamos asiento un rato hojeando todos los dibujos que tenían para decorar estores. Pero como la primera impresión es la que cuenta, dicen, el peque siguió empeñado en el estor de Bob Esponja y cuando llegó la madre hubo que encargar uno.