Cuando te has movido por cuestiones profesionales en el mundo artístico durante años terminas haciendo bastantes amigos raros. El mundo del arte a pequeña escala se mueve mucho por amistades, favores, colaboraciones: hoy por mí, mañana por ti. A veces me pregunto de qué viven algunos de estos artistas, muchos de los cuales no venden demasiado. ¿Y los galeristas de qué viven?
Obviamente me refiero a galeristas modestos. Puedo poner de ejemplo a mi amigo Moisés que hace un par de años decidió embarcarse en su propia galería. Él era artista, o así se declaraba, pero no tenía mucho éxito. No sé si llegó al extremo de Van Gogh de no vender ni una sola obra pero desde luego no se cortó una oreja. En vez de eso se puso a trabajar en una galería.
Una vez que cogió experiencia, “colgó definitivamente el pincel” y se puso a representar a otros artistas. Pero para hacerlo bien necesitaba un local adecuado. Buscó un espacio en una de las calles más arty de la ciudad con muchas pequeñas galerías que se ayudan entre sí. Cuando me lo mostró yo lo vi demasiado pequeño, pero contaba conmigo para hacer el diseño de interiores. Ya había colaborado con él en otros proyectos y confiaba en mí.
Quería que el interior tuviera una apariencia industrial, aprovechando dos columnas de hierro forjado. Así que colocamos falso ladrillo y le dimos una pátina para que pareciera avejentado. Para la gran cristalera teníamos un problema porque debía taparse a determinadas horas del día por la incidencia de la luz, sobre todo por las mañanas. Como a esas horas la galería solía estar cerrada, nos decidimos por unos estores enrollables screen. De esta manera, protegían las obras de la incidencia de la luz pero no opacaban el interior, algo que tampoco queríamos.
Para mí el diseño quedó muy bien. Y Moisés también quedó satisfecho. Pero la galería estuvo abierta nueve meses. No dio ni un céntimo. Al décimo mes se transformó en un café gourmet. Lo aprovecharon todo, hasta los estores enrollables screen. Las obras desaparecieron, pero mi diseño se quedó.