Siempre ha sido una historia que nos ha emocionado a todos cuando nos reencontramos. Cuando todavía éramos estudiantes, nos enteramos que le habían diagnosticado cancer mama a la madre de uno de nuestros compañeros de clase. Al principio no pensamos mucho en ello, éramos unos chavales y no sueles pensar demasiado en la muerte ni la enfermedad cuando tienes esa edad. Pero nuestro amigo estaba muy abatido y empezamos a interesarnos por él.
Su padre había muerto cuando él solo tenía 3 años en un accidente de tráfico y la madre se quedó sola con tres hijos: nuestro amigo era el menor. Salió adelante y todo mejoró con los años. Los dos hermanos mayores se habían independizado cuando se detectó la enfermedad, así que él era el principal apoyo de la madre… y viceversa.
Aunque no es un chico religioso, un día, tras un par de cervezas nos dijo que si su madre superaba la enfermedad, haría solo el Camino de Santiago, que se lo había prometido a su madre. Son esas cosas que a veces se dicen en una animada conversación pero que rápidamente se olvidan. Por su forma de ser no lo veíamos haciendo el petate y recorriendo tantos kilómetros para agradecer algo a una ser superior en el que no creía. “Lo haré… y si no, os invito a todos a cenar”, dijo entre risas.
Cuando ahora nos juntamos, casi diez años después de todo aquello, todos coincidimos en que la enfermedad de la madre de nuestro amigo nos cambió un poco a todos, nos enfrentó con algo que casi nadie conocía y nos enseñó a ser fuertes ante situaciones difíciles.
Finalmente, la madre superó el cancer mama tras mucho esfuerzo y nuestro amigo tuvo que cumplir su promesa. Tuvo que esperar unos años para hacerlo. Primero porque no quería dejar sola a su madre hasta que estuviera plenamente recuperada y luego, por motivos laborales no encontraba el momento. Tanto es así que cuando le veíamos siempre le recordábamos que tenía una cena pendiente de pagar… Pero al final, lo hizo. Cumplió su promesa, y nosotros nos quedamos sin cena… con gusto.