2020 empezó para mí con la promesa de convertirse en el mejor año de mi carrera profesional. Tenía varios clientes, la mayoría desde hacía varios años y con proyectos nuevos en los que yo iba a encajar. Yo siempre he preferido trabajar con gente a largo plazo, aunque sé que en ocasiones no se puede. Pero desde luego es mucho más cómodo no tener que buscar todos los meses nuevos proyectos sin saber a lo que atenerse. Pero entonces llegó el virus y lo alteró todo.
Varios de mis clientes cancelaron proyectos y, poco a poco, me empecé a quedar parada. Como fotógrafa especializada en turismo y viajes, esta situación fue devastadora en un principio. Me encontré con que en un par de meses solo me quedaba un cliente activo. El resto de clientes fueron posponiendo la colaboración. Tengo confianza con ellos y fueron muy francos: en cuanto la situación mejorase volverían a contar conmigo. Pero la situación no mejoró…
Y cuando más negro lo veía, mi único cliente activo me envío a Galicia a hacer una sesión. Quería promocionar varios lugares de esta región para una serie de paquetes turísticos aprovechando que muchas personas renovaron su interés por el turismo de interior. Parecía una buena idea y me sentía orgullosa de que volvieran a confiar en mí.
Y allí estaba yo, en el ferry cangas vigo, con mi cámara a punto para hacer las mejores sesiones. Y como sucede muchas veces en esta profesión, tenía que hacerlo todo bastante rápido porque el proyecto debía estar listo en tres semanas para aprovechar la campaña anterior al verano que pretendía poner en marcha el cliente. Pero, al fin y al cabo, el trabajo bajo presión es consustancial a mi profesión. Por ahí no iba a haber problema…
Por otro lado, tenía la suerte de que ya había trabajado bastante en Galicia y que el cangas vigo ferry no me era en absoluto desconocido. Todo salió bien en aquel trabajo y el cliente me siguió mandando proyectos. Menos mal, porque ha sido el único cliente durante meses que me ha permitido mantenerme a flote.